La Existencia vivida conscientemente es VIDA

jueves, 31 de julio de 2008

Hace bastante tiempo, al menos unos 10 años, cayó a mis manos un libro de un tal Krisnamurti y, aunque no entendía el cien porciento de lo que decía me super interesó. Asi que empecé a leer mas y mas libros de él, leerlo para mi es un placer para el alma (o el corazon). En realidad él no escribio casi nada, los libros son las trascripciones de las tantas conferencias que daba.

La filosofía que trasmite me llega a las fibras mas profundas y entra en empatía con ellas. Obviamente no pregona ningun credo ni forma parte de ninguna religión organizada, sino trasmite su doctrina basada en el conocimiento de uno mismo y en el amor...

Pasan los años y a medida que lo leo voy entendiendo mas la esencia de lo que trasmite...siempre se hace visible un nuevo matiz que antes no se veía...
Trascribo un texto que me encantó..

La meditación es el movimiento del amor…

La meditación es una de las cosas más extraordinarias y, si uno no sabe lo que es la meditación, es como un ciego en un mundo de colores brillantes, de sombras y luz en movimiento. No es un asunto intelectual, sino que cuando el corazón penetra en la mente, la mente posee una cualidad muy distinta; entonces es realmente ilimitada, no solo en su capacidad de pensar, de actuar eficazmente, sino también en el sentido de vivir en un vasto espacio en el que uno forma parte de todas las cosas.

La meditación es el movimiento del amor. No es el amor a uno o a muchos; es como el agua que uno puede beber de cualquier jarra, ya sea de oro o de barro; es inagotable. Y sucede algo peculiar, que ninguna droga o autohipnosis puede producir; es como si la mente se adentrara en sí misma, empezando por la superficie y profundizando cada vez más hondo, hasta que «profundidad» y «altura» pierdan su sentido y toda forma de medición cese. En este estado hay completa paz, no el contento que se ha producido a través de la gratificación, sino una paz que posee orden, belleza e intensidad. Todo eso puede ser destruido, como se puede destruir una flor y, no obstante, a causa de su misma vulnerabilidad, es indestructible. Esta meditación no puede ser aprendida de otro; uno debe empezar sin saber nada al respecto y avanzar de inocencia en inocencia.

El terreno en el que la mente meditativa puede empezar es el de la lucha, el dolor y la dicha pasajera de la vida diaria. Ahí debe empezar, estableciendo orden y, a partir de ahí, moverse sin fin. Pero si lo único que le preocupa es producir orden, entonces ese mismo orden generará su propia limitación y la mente será su prisionera. De alguna manera, en todo este movimiento, uno debe comenzar por el otro extremo, por la otra orilla, y no estar siempre preocupado por esta orilla, o el modo de cruzar el río. Uno debe tirarse al agua, sin saber nadar. Y la belleza de la meditación es que uno nunca sabe dónde se encuentra, adónde va o cuál es el fin.

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